COLUMNISTAS

BIENVENIDOS A LA ESTACIÓN

POR PALOMA ARMIJO B.

21 de agosto de 2025

A veces la vida se vuelve como esos trencitos de juguete que dan vueltas y vueltas por el mismo riel… Son preciosos y resulta casi hipnótico mirarlos. Claro que, a diferencia de ese clásico objeto que ha trascendido por décadas, nuestra vida es de verdad. Avanza a doscientos kilómetros por hora y no se detiene. Y, aunque muchas veces el mundo se nos ponga de cabeza, seguimos sin parar. Damos vueltas y vueltas por nuestros propios rieles con un cuerpo cansado, una cabeza que pareciera que corre una maratón en un laberinto sin salida y con las emociones que transforman ese tren más bien en una montaña rusa. Pero aún así seguimos. Vamos solucionando problemas, atendiendo llamadas, respondiendo mensajes, lidiando con culpas que aparecen sin que nadie las invite y haciendo malabares para estirar las 24 horas del día sin detenernos para bajar en ninguna estación.

Escasamente nos permitimos un momento para ocuparnos de lo más importante: nuestro propio bienestar. Nos cuesta tanto destinar un minuto para mirarnos, para escucharnos, para cuidar nuestro cuerpo, acompañar nuestras emociones y reconectarnos con lo esencial: nutrir el cuerpo y también el alma. Y es ahí donde lo que comemos, cómo lo comemos y para qué lo comemos se vuelve fundamental. Porque alimentarnos bien es una forma de querernos, no desde la exigencia, sino desde el placer.

Comer bien no es solo una cuestión de salud. Es también un acto profundamente emocional. Es placer, es pausa, y es disfrute. No se trata de ser perfectas, ni de elegir únicamente alimentos nutritivos, ni de contar calorías, ni de gastar una fortuna o de volverse una experta en tendencias alimentarias (que, dicho sea de paso, hay para todos los gustos y necesidades), sino de reconocer que cada comida puede ser un momento de goce y de conexión con uno mismo y con los demás.

Comer bien es literalmente lo que nos hace sentir mejor, lo que nos sostiene. No existe la dieta perfecta ni la fórmula única. Lo que sí existe es la certeza de que, cuando elegimos alimentarnos bien, con amor y conciencia, eso se siente. Se manifiesta en la piel, en el ánimo, en la energía. Mejoramos nuestra salud mental, dormimos mejor, pensamos mejor y nos vemos mejor. Porque el bienestar físico y emocional no se logra corriendo más rápido sino que reconectando el alma al cuerpo y recargando nuestra mente de paz.

Alimentarnos es también un acto profundamente colectivo y el primer paso de una transformación poderosa que se extiende desde nuestro propio bienestar al de la gente que nos rodea. Porque finalmente si elegimos cuidarnos con conciencia y vivir en equilibrio, nos daremos cuenta de la importancia que tiene escoger los alimentos adecuados y que comer no solo impacta en nosotros sino en el mundo en que vivimos. Que ese acto íntimo y cotidiano es también un gesto de respeto hacia los demás y hacia el planeta.

Y que para apuntar al bienestar es simple y necesariamente que a veces, solo a veces nos bajemos del tren un ratito y disfrutemos la estación.

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